Luis Alemán Montull viene al mundo en Las Palmas, el 1 de enero de 1934, en el antes llamado Callejón de la Horca de Vegueta, hijo de Don Luis Alemán Vega y de Doña Isabel Montull. Su padre fue un reconocido ebanista de la ciudad. Esta condición proporcionó al futuro artista una relación temprana y estrecha con aspectos artesanales de la creación que nunca van a desaparecer en su larga, compleja y versátil trayectoria. El paso por el Colegio Viera y Clavijo  de Las Palmas de G.C., en sus estudios primarios y del bachillerato, no será obstáculo para el ejercicio de un paralelo aprendizaje del oficio de su padre en el taller familiar, donde conoció los diferentes tipos de maderas, los instrumentos, las técnicas de la talla directa, y lugar en el que ejecutó sus primeros trabajos. En una entrevista concedida por el artista para la revista Luján Pérez, publicada en el verano de 1995, queda condensado todo el bagaje de conocimientos y emociones que le supuso este periodo:

“Francamente, yo he estado toda mi vida vinculado de una forma u otra al mundo del arte, desde muy pequeño. Mi caso es un poco especial porque mi padre era un excelente ebanista, y yo siempre que podía me iba al taller a trabajar la talla. Yo sentía que eso lo llevaba dentro, y estaba prácticamente todo el día pensando o haciendo formas, objetos, etcétera. Antes había más tradición de tallar los muebles, yo de pequeñillo lo ayudaba bastante y él quedaba bastante satisfecho. (...) con 11 años ya tallaba obras de cierta envergadura”.

Pocos años después mantiene una fecunda relación con el maestro Abraham Cárdenez y con la escuela “Luján Pérez”. Así lo narra Montull en la misma entrevista:

“Mí primer contacto con la escuela Luján Pérez fue sobre el  año 1950.  Es la época en la que están Bethencourt, Julio Viera, Ángel Pérez, y cuando Abraham Cárdenez daba clases de escultura y dibujo. En este periodo yo fui discípulo de Cárdenez durante seis años. Este tiempo lo recuerdo con especial entusiasmo por  todo lo que aprendí y disfruté”.

Su primera obra destacable data de sus trece años. Se trata de un Cristo de dos metros y medio de altura que realiza, en madera de morera, por encargo del canónigo D. Daniel Verona, cura del asilo de ancianos de la capital. Esta obra acabaría emplazada en la capilla de dicho asilo y aún se conserva.