En Cataluña conoce a Ana Moles Balagueró y contrae matrimonio con ella en 1959, de esta unión nacerán sus dos hijas, Ana Luisa e Isabel. Ese mismo año un encargo de una familia francesa le lleva a París. No fue una simple visita, el artista supo sacar partido de su viaje. El mismo nos lo resume:“ (...) nos  trasladamos un poco en plan de aventura. Una aventura que duró siete años, que fueron  los que estuvimos en París mi mujer y yo”.

En la ciudad de la cultura trabaja conjuntamente con el escultor Cazabaun, director de la Asociación de Artistas de Francia, en su estudio de Montparnasse, sobre la materia que le ofrecen la madera y la piedra.

El carácter tremendamente prolífico del escultor canario, que nunca le abandonará hasta constituirse en una impronta de su condición de creador, despunta ya en Francia y es capaz de afrontar también la restauración de objetos de gran valor en un anticuario, aprehendiendo el arte de la  talla del marfil.

Esta intensidad creativa no desaparece cuando el autor decide producir en solitario. El número de los encargos, el contacto con múltiples materiales y el grado de concentración alcanzado en estos días le llevan, a la vez, a la soltura estilística y a la perfección técnica. Según la profesora Lidia Esther Macías éste es el tiempo en que vislumbra su futura obra conceptual, más allá de los apremiantes encargos.

En 1960 expone por primera vez en parís, en el Salón de Puteaux, obteniendo la aprobación de la crítica. Dos años después en la colectiva celebrada en el salón de L´art Libre, junto a autores españoles, lo que es en parte debido a su participación en la Asociación de Artistas e Intelectuales Españoles en Francia, de la que es presidente el pintor madrileño Madrazo. En 1962 muestra su obra en la Galería Armenoville de la capital francesa. En 1963 expone de nuevo en el Salón Puteaux. Henry Beltrán, Montañá, Camile Renault, son algunas de las personalidades que adquieren sus creaciones.

A pesar de que en estos años de juventud en París el artista no pierde el contacto con su tierra natal, entre otras cosas por la relación que consigue mantener con hombres como Julio Viera, Corujo o Ramírez, a los que encuentra en la capital francesa, lo cierto es que se haya inmerso en la vorágine de esta ciudad, atento a integrarse en el círculo social de artistas y marchantes, de los museos y de las exposiciones, motivado tanto por la necesidad de obtener una necesaria fuente de recursos económicos como de aprovechar la oportunidad única que se le presentaba en el plano del aprendizaje estético y el desarrollo cultural personal.

Desde el punto de vista estilístico la etapa parisina de Luis Montull forma parte de lo que el investigador y crítico de su obra Don Carlos Pérez Reyes definió como “Periodo de formación y consolidación artística”. Ese inicial carácter propio puede verse ya en los últimos años de su primera estancia en Cataluña y se concreta en la ciudad del Sena bajo la influencia de Cazabaun. Así lo describe Pérez Reyes: “Privan en este primer momento un gusto por los desnudos en unos cuerpos achaparrados, de rotundas formas anatómicas, con ciertas preocupaciones geometrizantes, y donde cobran especial significación el tratamiento de las superficies con distintas calidades de abujardamiento, que imprimen a las mismas aspectos inusuales de gran belleza”, algo que puede observarse en su Cabeza de señorita de 1960, plasmada en dimensiones naturales, “por encima de todo empiezan a manifestarse sus preferencias por un cierto primitivismo en las facciones junto a una relativa predilección por temas truculentos y movidos”. Esta temática truculenta enlaza bien con el expresionismo que atraviesa el conjunto de su producción. Ejemplos de ello son: su Desespero –1959-, obra en arenisca donde el desnudo femenino se confunde con el bloque del que emerge; su Sufrimiento –1960-, en granito, cabeza trabajada a grandes tajos que surge dolorida;  el Idiota –1961- en arenisca patinada; la Lucha con pulpo –1961-, unos 80 centímetros, en granito, en donde, de nuevo, la emersión del desnudo masculino desde el bloque viene cargada de un dinamismo dramático que refuerza los tentáculos del animal; Vergüenza –1962-, pequeña, 40 centímetros del mismo material, que incide en dicho dramatismo exacerbado;  su Muerte –1962-, calavera alzada con los brazos cruzados de túnica geometrizante, en actitud de espera en su omnipresencia; el pequeño Esclavo –1963-, cargada como las demás de expreso simbolismo; y su Ahorcado –1963-, como las dos anteriores elaborada en granito, desnudo que muestra sin concesiones la rigidez característica de los que sufren esta muerte. En opinión de Pérez Reyes “esta truculencia, unida al primitivismo anatómico, convierten algunas de sus obras en un reflejo de civilizaciones perdidas”, cualidad que identifica particularmente en una obra, la Maternidad, de más de un metro de envergadura, realizada en piedra arenisca en 1960, “desnudo femenino de pie, que parece emerger del bloque pétreo, en el momento del parto”, de “anatomía sumaria y formas toscas, con rasgos primitivos”.

Otras obras de este periodo que redundan temáticamente hablando en aspectos de la cotidianidad o incluso, en algún caso, suponen una incursión en el mundo de la mitología, y que en el aspecto estilístico no dejan de sorprender por su variedad y complejidad, tanto como creaciones individuales como en el conjunto de la producción de Montull, son: Reposo –1959-, pequeña obra donde el mismo bloque sirve como excusa para representar el tema; Sísifo –1959-, como la anterior ejecutada en arenisca, desnudo que camina levantando una gran piedra, de contornos esculpidos mediante  tajos primarios; Maqueta-Proyecto del monumento a la libertad –1959-, 90 centímetros, en yeso. Podía haber sido, este encargo de la embajada de Cuba en Francia, uno de sus más importantes trabajos parisinos, pero quedó frustrado por causas políticas. Constituye un conjunto escultórico en el que el dinamismo lo imprimen el movimiento de brazos y piernas de las tres figuras masculinas; Cabeza de chino –1960-, de tamaño natural, en arenisca, de naturalismo exacerbado en la caracterización racial; Recogimiento –1962-, donde el autor demuestra una vez más su capacidad para concebir una plástica de la feminidad, esta vez en una pequeña talla;  Torso –1962-, cerca de un metro de alto, al igual que en la labra precedente se trata de granito,  en el que observamos un torso femenino desnudo de formas marcadas, casi esbozadas, aunque los rasgos del rostro plasman la feminidad de la que hablábamos;  Después del Baño –1962-, de 50 centímetros, también en granito, otra vez  definiendo contornos toscos y cara geometrizante; Bailarina –1962-, en el mismo material y tamaño, donde prosigue en la búsqueda del movimiento; Hombre con piedra –1963-, de unos 60 centímetros en arenisca. Es una de las tallas en las que Pérez Reyes identifica el primitivismo del autor canario; Figura –1964-, del mismo tamaño y material que el Hombre con piedra.